Según ha
escrito Mariano Marzo* en El País "La
sociedad confía en la ciencia y en los científicos. Al menos eso es lo que se
desprende de los resultados del Barómetro de Confianza Institucional
correspondiente al mes de junio-julio de 2013, donde 92 de cada 100 españoles
situaban a los investigadores, junto a los médicos de la sanidad pública, en el
primer puesto del ranking de
los cuerpos y organismos de la Administración pública mejor valorados".
Pero claro, una vez me dijo mi profesor de Biotecnología
que la gente tiende a considerar inteligente a quien piensa como uno mismo. En
este sentido la sociedad valora bien a los científicos cuando estos reafirman y
respaldan sus propias convicciones. ¿Pero qué pasa cuando un científico dice
algo contrario a lo que la persona piensa? Me refiero a cuando un amante de la
naturaleza y lo "natural" se enfrenta a la opinión de un experto en biología
molecular o Ingeniería genética que defiende el desarrollo de transgénicos o
cuando un creyente en las terapias alternativas se cruza con un médico
convencido de la utilidad de la farmacología.
La cosa se complica más todavía porque entre los
científicos también hay amantes de la naturaleza que están en contra del desarrollo
transgénico e incluso fervorosos usuarios de homeopatía y terapias alternativas
(Se pueden encontrar hasta en los círculos de los profesionales médicos... de hecho,
diría que están sobretodo ahí).
Cuando esto pasa tendemos a confundir lo que la disciplina
acepta como cierto con la opinión del profesional (Principio de autoridad), el plano personal de una
persona que se dedica a... y el plano profesional de una persona especialista
en... Estas circunstancias pueden llevar a alguien a creer que unos científicos
piensan de forma distinta a otros y que, por tanto, si no se ponen de acuerdo
entre ellos... como nos lo vamos a creer.
Sucede así que al final defendemos a unos expertos como
sumos sabedores y denostamos a otros como absolutos idiotas. No es raro leer
cosas como "Claro, este médico defiende la quimioterapia y las medicinas
porque está vendido a las multinacionales farmacéuticas" o bien "Este investigador
está en contra de los transgénicos porque tiene intereses comerciales en
agricultura ecológica, que se vende más cara y se gana más con
ella".
Pero muy rara vez se escucha aquello de "No estoy de
acuerdo con su teoría o su publicación porque mis convicciones morales me
impiden estarlo. Mi religión o mi forma de ser personal hacen que no pueda ni
quiera estar de acuerdo con el... y por eso ni me planteo re-leer su teoría
para ver si tiene sentido".
Está claro que nuestra historia, nuestra forma de ser,
nuestra formación, orientación política y creencias inciden de forma decisiva
sobre lo que estamos o no dispuestos a aceptar. Pero, ¿Dónde se gestan estos
muros de tercos pensamientos que encierran nuestras capacidades críticas?
¿Debemos culpar a la educación?
Dice Marzo Carpio en su artículo "Algunos
culpan a la falta de educación científica en la escuela. Pero probablemente
esto es solo parte del problema. La ciencia subyacente a muchos de los grandes
temas de actualidad es muy especializada y requiere de profundos conocimientos
que superan con creces lo que los alumnos puedan aprender en las aulas de
primaria y secundaria. Quizás, antes de buscar culpables, el primer paso sea
tratar de entender por qué la población tiende a elevar creencias
manifiestamente inciertas a la categoría de hechos irrefutables.
Los humanos aspiramos a la exactitud y sabemos que la
ciencia es un camino fiable para aproximarse a ella. Pero esta aspiración entra
a menudo en conflicto con intereses, convicciones, emociones u otras
motivaciones, a veces inconscientes -...- Otras creencias pueden estar
profundamente enraizadas en emociones incontrolables. Así, el anuncio de una
posible pandemia que podría causar la muerte de muchos inocentes puede provocar
sentimientos de miedo e impotencia que, gestionados mediante la táctica del
avestruz, conducen a menospreciar las advertencias de peligrosidad y a tildar
de improbable su ocurrencia".
Puede que no sea realista pedir a nuestros docentes que
transmitan todo ese conocimiento científico. Hay que ser conscientes de que el
conocimiento que se puede transmitir por unidad de tiempo es limitado (y más aún
la capacidad de atención de nuestros infantes a esas edades) pero quizá sea
mucho más útil transmitir una noción adecuada de exactitud del conocimiento
científico, tal y como defiende el profesor Mariano Marzo. A través de la
historia podemos hacer llegar la idea de que lo que hoy en día se cree como
cierto ante los ojos de la mayoría, no tiene porqué serlo en realidad en el
futuro o ni siquiera en ese momento. Es fácil entender que la visión
geocéntrica del sistema solar que se tenía en la edad media estaba ferozmente
influenciada por las creencias o que el miedo a las vacunas era totalmente
justificado al principio de su desarrollo. Pero que sin embargo hoy en día no
tiene ningún sentido seguir pensando cualquiera de estas dos ideas porque la
evidencia acumulada en contra es enorme.
"Asimismo, la historia de la ciencia puede ayudarnos
a comprender por qué el conocimiento científico se hace cada vez más exacto con
el paso del tiempo. Es fácil para un observador ajeno al mundo de la ciencia
descalificar una conclusión que no le satisface, calificándola de discutible en
base a que los científicos cambian constantemente de opinión. Sin embargo, si
un estudiante comprende que nuevas observaciones pueden llevar a revisar
importantes teorías, concluirá que la ciencia, más que pretender establecer
leyes inmutables, busca explicaciones provisionales que inexorablemente serán
revisadas cuando se encuentre una mejor. Asimismo, el alumno entenderá que la
disponibilidad de los científicos a cambiar sus creencias para alinear estas
con los nuevos datos no es un signo de debilidad sino de gran fortaleza".
Pero llegados a este punto se me plantea una duda
razonable según yo (que para eso soy el que escribe). ¿Qué pasa si al intentar
inculcar carácter crítico en nuestros alumnos nos pasamos de la cuenta? ¿Qué
pasa si en el camino de generar escepticismo y pensamiento crítico nos pasamos
y llegamos al otro extremo, el de la paranoia y la conspiración? Si la
historia nos ha enseñado que hemos estado equivocados en muchas ocasiones y ni
lo sabíamos, también podríamos estarlo ahora y todo lo que nos rodea es una
gran equivocación. Si en otro tiempo la religión cambió nuestra visión del
mundo y nos hizo pensar que la tierra era el centro del universo incluso
después de que la evidencia se acumulase ¿Las religiones de hoy en día podrían
estar haciendo lo mismo con nuestra visión del mundo? y no me refiero a las
religiones como tal sino a la religión que representan las grandes
multinacionales, la sociedad de consumo, las empresas, la política... incluso la
misma ciencia tiene mucho de religión.
Debemos ser precavidos al inculcar sentido crítico y
debemos hacerlo con cuidado. Es razonable dudar de la ciencia precisamente
porque no es infalible, porque hay muy pocas leyes y muchos principios. Muy
poco hechos fehacientes y muchos indicios. Mas hoy por hoy es la mejor forma de abordar un problema con un poco de criterio y lógica.
Pero de entre toda la nube de conocimiento que nos
aturulla durante nuestra formación quizá sea bueno quitar del medio algunas
partículas como los dogmas religiosos, políticos y éticos. Deberíamos intentar,
en la medida de lo posible, de huir de la memorización sin sentido ni destino.
Solamente con que nuestros hijos aprendan a comparar opiniones en diferentes
medios, lean un poco más de lo que se les expone y se pregunten de ver en
cuando ¿Por qué?, ya estaremos generando mentes pensantes menos propensas a los
dogmas y más propicias al pensamiento crítico y constructivo.
Desde el cuidado paternal tenemos mucho que hacer en este
sentido y debemos olvidarnos de nuestros ombligos y nuestras varas de medir
para utilizar otras más neutras. En la libertad de elección está la mitad de lo
que nuestros hijos serán en el futuro.
Pensad críticamente, consultad otras fuentes y debatid hasta la muerte
* Mariano Marzo Carpio es catedrático de Recursos Energéticos en la Facultad de Geología de la Universidad de Barcelona.
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