sábado, 4 de enero de 2014

El crítico y escéptico que llegó a ser Conspiranoico

Según ha escrito Mariano Marzo* en El País "La sociedad confía en la ciencia y en los científicos. Al menos eso es lo que se desprende de los resultados del Barómetro de Confianza Institucional correspondiente al mes de junio-julio de 2013, donde 92 de cada 100 españoles situaban a los investigadores, junto a los médicos de la sanidad pública, en el primer puesto del ranking de los cuerpos y organismos de la Administración pública mejor valorados".
Pero claro, una vez me dijo mi profesor de Biotecnología que la gente tiende a considerar inteligente a quien piensa como uno mismo. En este sentido la sociedad valora bien a los científicos cuando estos reafirman y respaldan sus propias convicciones. ¿Pero qué pasa cuando un científico dice algo contrario a lo que la persona piensa? Me refiero a cuando un amante de la naturaleza y lo "natural" se enfrenta a la opinión de un experto en biología molecular o Ingeniería genética que defiende el desarrollo de transgénicos o cuando un creyente en las terapias alternativas se cruza con un médico convencido de la utilidad de la farmacología. 
La cosa se complica más todavía porque entre los científicos también hay amantes de la naturaleza que están en contra del desarrollo transgénico e incluso fervorosos usuarios de homeopatía y terapias alternativas (Se pueden encontrar hasta en los círculos de los profesionales médicos... de hecho, diría que están sobretodo ahí). 
Cuando esto pasa tendemos a confundir lo que la disciplina acepta como cierto con la opinión del profesional (Principio de autoridad), el plano personal de una persona que se dedica a... y el plano profesional de una persona especialista en... Estas circunstancias pueden llevar a alguien a creer que unos científicos piensan de forma distinta a otros y que, por tanto, si no se ponen de acuerdo entre ellos... como nos lo vamos a creer. 
Sucede así que al final defendemos a unos expertos como sumos sabedores y denostamos a otros como absolutos idiotas. No es raro leer cosas como "Claro, este médico defiende la quimioterapia y las medicinas porque está vendido a las multinacionales farmacéuticas" o bien "Este investigador está en contra de los transgénicos porque tiene intereses comerciales en agricultura ecológica, que se vende más cara y se gana más con ella". 
Pero muy rara vez se escucha aquello de "No estoy de acuerdo con su teoría o su publicación porque mis convicciones morales me impiden estarlo. Mi religión o mi forma de ser personal hacen que no pueda ni quiera estar de acuerdo con el... y por eso ni me planteo re-leer su teoría para ver si tiene sentido". 
Está claro que nuestra historia, nuestra forma de ser, nuestra formación, orientación política y creencias inciden de forma decisiva sobre lo que estamos o no dispuestos a aceptar. Pero, ¿Dónde se gestan estos muros de tercos pensamientos que encierran nuestras capacidades críticas? ¿Debemos culpar a la educación?
Dice Marzo Carpio en su artículo "Algunos culpan a la falta de educación científica en la escuela. Pero probablemente esto es solo parte del problema. La ciencia subyacente a muchos de los grandes temas de actualidad es muy especializada y requiere de profundos conocimientos que superan con creces lo que los alumnos puedan aprender en las aulas de primaria y secundaria. Quizás, antes de buscar culpables, el primer paso sea tratar de entender por qué la población tiende a elevar creencias manifiestamente inciertas a la categoría de hechos irrefutables.
Los humanos aspiramos a la exactitud y sabemos que la ciencia es un camino fiable para aproximarse a ella. Pero esta aspiración entra a menudo en conflicto con intereses, convicciones, emociones u otras motivaciones, a veces inconscientes -...- Otras creencias pueden estar profundamente enraizadas en emociones incontrolables. Así, el anuncio de una posible pandemia que podría causar la muerte de muchos inocentes puede provocar sentimientos de miedo e impotencia que, gestionados mediante la táctica del avestruz, conducen a menospreciar las advertencias de peligrosidad y a tildar de improbable su ocurrencia".
Puede que no sea realista pedir a nuestros docentes que transmitan todo ese conocimiento científico. Hay que ser conscientes de que el conocimiento que se puede transmitir por unidad de tiempo es limitado (y más aún la capacidad de atención de nuestros infantes a esas edades) pero quizá sea mucho más útil transmitir una noción adecuada de exactitud del conocimiento científico, tal y como defiende el profesor Mariano Marzo. A través de la historia podemos hacer llegar la idea de que lo que hoy en día se cree como cierto ante los ojos de la mayoría, no tiene porqué serlo en realidad en el futuro o ni siquiera en ese momento. Es fácil entender que la visión geocéntrica del sistema solar que se tenía en la edad media estaba ferozmente influenciada por las creencias o que el miedo a las vacunas era totalmente justificado al principio de su desarrollo. Pero que sin embargo hoy en día no tiene ningún sentido seguir pensando cualquiera de estas dos ideas porque la evidencia acumulada en contra es enorme. 
"Asimismo, la historia de la ciencia puede ayudarnos a comprender por qué el conocimiento científico se hace cada vez más exacto con el paso del tiempo. Es fácil para un observador ajeno al mundo de la ciencia descalificar una conclusión que no le satisface, calificándola de discutible en base a que los científicos cambian constantemente de opinión. Sin embargo, si un estudiante comprende que nuevas observaciones pueden llevar a revisar importantes teorías, concluirá que la ciencia, más que pretender establecer leyes inmutables, busca explicaciones provisionales que inexorablemente serán revisadas cuando se encuentre una mejor. Asimismo, el alumno entenderá que la disponibilidad de los científicos a cambiar sus creencias para alinear estas con los nuevos datos no es un signo de debilidad sino de gran fortaleza".
Pero llegados a este punto se me plantea una duda razonable según yo (que para eso soy el que escribe). ¿Qué pasa si al intentar inculcar carácter crítico en nuestros alumnos nos pasamos de la cuenta? ¿Qué pasa si en el camino de generar escepticismo y pensamiento crítico nos pasamos y llegamos al otro extremo, el de la paranoia y la conspiración? Si la historia nos ha enseñado que hemos estado equivocados en muchas ocasiones y ni lo sabíamos, también podríamos estarlo ahora y todo lo que nos rodea es una gran equivocación. Si en otro tiempo la religión cambió nuestra visión del mundo y nos hizo pensar que la tierra era el centro del universo incluso después de que la evidencia se acumulase ¿Las religiones de hoy en día podrían estar haciendo lo mismo con nuestra visión del mundo? y no me refiero a las religiones como tal sino a la religión que representan las grandes multinacionales, la sociedad de consumo, las empresas, la política... incluso la misma ciencia tiene mucho de religión. 
Debemos ser precavidos al inculcar sentido crítico y debemos hacerlo con cuidado. Es razonable dudar de la ciencia precisamente porque no es infalible, porque hay muy pocas leyes y muchos principios. Muy poco hechos fehacientes y muchos indicios. Mas hoy por hoy es la mejor forma de abordar un problema con un poco de criterio y lógica.
Pero de entre toda la nube de conocimiento que nos aturulla durante nuestra formación quizá sea bueno quitar del medio algunas partículas como los dogmas religiosos, políticos y éticos. Deberíamos intentar, en la medida de lo posible, de huir de la memorización sin sentido ni destino. Solamente con que nuestros hijos aprendan a comparar opiniones en diferentes medios, lean un poco más de lo que se les expone y se pregunten de ver en cuando ¿Por qué?, ya estaremos generando mentes pensantes menos propensas a los dogmas y más propicias al pensamiento crítico y constructivo. 
Desde el cuidado paternal tenemos mucho que hacer en este sentido y debemos olvidarnos de nuestros ombligos y nuestras varas de medir para utilizar otras más neutras. En la libertad de elección está la mitad de lo que nuestros hijos serán en el futuro. 












Pensad críticamente, consultad otras fuentes y debatid hasta la muerte

* Mariano Marzo Carpio es catedrático de Recursos Energéticos en la Facultad de Geología de la Universidad de Barcelona.

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